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The Sound and the Fury



Y todo empezó por una paloma.

Era el niño pobre, desconfiado, inseguro. Su madre era la promiscua de la cuadra, vivía con un hombre al que siempre conoció como padre, aunque nunca lo supo. Era gordinflón, con anteojos, al que todos los niños molestaban, humillaban, ridiculizaban. Le rompían los anteojos, lo golpeaban, le robaban los centavos que guardaba. Su personalidad introvertida le impedía cualquier esfuerzo por frenar tanto abuso, por defenderse. En sus palabras, no entendía porque la gente era capaz de actuar con tanta crueldad. No confiaba en las personas, no confiaba en si mismo, pero confiaba en las aves, en las palomas. En su escondite disfrutaba su compañía, su armonía, su incapacidad de herirlo. Pero nada dura eternamente. Su escondite no duro mucho y cuando fue descubierto, sus enemigos notaron que herirlo físicamente ya no era suficiente. Uno de ellos tomo a su paloma y le arranco la cabeza de un solo movimiento. Él tenía mucho miedo, siempre lo tuvo, siempre lo tendría, pero ese día encontró su límite, encontró su primera pelea y su primera victoria.

Con el primer crédito, la intensidad vuelve a ser familiar. La voz que nos da la bienvenida es la de Mills Lane, para después atestiguar la forma en que ese niño inseguro se convertía en el campeón mundial más joven de la historia derribando al poderoso Trevor Berbick en dos rounds, el otrora hombre de hierro, Mike Tyson.

Un emblema como Tyson genera muchas cosas al mismo tiempo: odio, tristeza, empatía, vergüenza. Él mismo así lo cree. Su figura se convirtió en un ícono de la cultura, un emblema para el boxeo, una imagen de poder, de gloria. Pero principalmente fue la parábola del triunfo y el descenso en la vida de un ser humano. El mundo atestiguo a esa intimidante figura como uno de los boxeadores más brutales, despiadados y salvajes de la historia, primero en el aspecto deportivo, donde no hay daño, no hay prejuicios, no hay mucho espacio para la reflexión. Y después como el mismo animal, pero fuera del cuadrilátero, donde todos se atreven a cuestionar y a indagar, pero jamás son capaces de cerrar los ojos.

Su historia no puede ser narrada, no podría existir objetividad de un tercero. De tal suerte, el director de esta especie de documental, James Toback, ha decidido que sea él quien narre su vida, como la ha entendido, como la ha enfrentado, como la ha reflexionado. Y es en sus palabras (algunas que solo él entiende) con su extrañamente suave y pausada voz, que Tyson habla de Tyson, de su figura, de su gloria, de su caída. Criminal desde los 12 años, cuyo único propósito era evitar, bajo cualquier circunstancia o condición, ser humillado de nuevo, encontró la válvula de escape en los costales, descubriendo lo que la disciplina devolvía.

Tyson siempre fue un hombre enojado, resentido, desconfiado. Y así se muestra, luchando contra todas sus voces contradictorias que encuentra, buscando cual es la real, cual es la genuina. Lo mismo expresa su miedo antes de cada combate (cuando uno pensaría que eso lo piensa el rival) que se rompe en llanto cuando recuerda a su mentor, amigo y casi padre, Cus D’Amato, que enfurece al revivir la impotencia en su batalla contra Evander Hollyfield, que narrando lo que busca en una mujer, lo que cree necesitar, asegurando que jamás cometió crimen alguno contra ninguna Miss América.

Uno puede apropiarse de una opinión ya creada al escuchar al quien mucho tiempo fue considerado el hombre más intimidante del planeta. Personalmente siempre fui seguidor de su carrera. Admiraba la frialdad que mostraba al mirar siempre a los ojos al rival, a agotarlo, a quebrar su espíritu. Su rapidez no correspondía a su tamaño, mucho menos a su fortaleza, a sus golpes que anunciaban una destrucción. Todos querían verlo caer, todos querían atestiguar que no había indestructibles. Pero todos sufrimos cuando Douglas le propino su primera visita a la lona.

Iron Mike perdió el amor por el deporte que le había dado un significado a su vida. En realidad, perdió la única confianza que era relevante. La suya. Quizá busca recuperarla, quizá busca descubrirla. Tal vez trata de encontrar el significado de confiar en alguien, en algo. Probablemente trata de confiar en quienes vean su historia. Lo que hizo en su pasado, narra, es historia, lo que hará en su futuro es un misterio.

La más monumentales historias tienen un inicio bien definido. Y todo empezó por una paloma.

Tyson (2008)
Dir. James Toback

* * *

This film is not yet rated


¿Y esto?

Estrenado en Sundance en el 2006, este documental recibió toda clase de halagos y fanfarrias por casi toda la crítica especializada. Su creador, Kirby Dick venía de hacer varios documentales con temáticas mucho más serias, por lo que a muchos sorprendió que su siguiente proyecto funcionara más en tono de comedia, muy en deuda con el estilo Michael Moore, para reflejar el trabajo de investigación que Kirby y su equipo se encomendaron para evidenciar la hipocresía de un sistema que se dedica a censurar y prohibir películas, bajo un esquema de organización responsable e imparcial especializada.

¿La hipocresía de quien?

El villano es la organización encargada, desde 1966, a determinar las clasificaciones que tendrán las películas a la hora de exhibirse. La mentada MPAA y su creador, Jack Valenti (cabeza de la organización de 1966 a 2004), antiguo colaborador de la administración de Lyndon Johnson, republicano, anticuado y, tendenciosamente, dibujado como el ícono de la hipocresía en todos los sistemas de control norteamericanos (y del mundo, pal’ caso) Kirby se da a la tarea de concentrar las opiniones de directores de cine que se han enfrentado contra ese organismo y que terminan derrotados, mutilando y modificando sus obras para adecuarse a los estatutos y tener, de esa forma, la oportunidad de exhibirlos.

¿Y que pasa?

Uno podría decir “casi nada”, en la actualidad se siguen obedeciendo patrones similares. La acción proviene del documental, pero la reacción depende de los espectadores. Por espacio de 90 minutos, el director maneja dos tramas (o arcos o narrativas) La primera, evidentemente, es la temida modalidad del documental: cabezas parlantes. Temida porque aunque las palabras tengan toda la resonancia y relevancia, carecen de la acción a la que los espectadores se han (nos hemos) ido acostumbrando. A modo de atracción, los entrevistados son los propios directores, narrando sus frustrantes experiencias con la asociación, con la temida censura escondida con la leyenda NC-17. Ahí esta Kimberly Peirce (Boys don’t cry) aun buscando una razón para creer que esta bien si asesina a su protagonista a cuadro, con lujo de detalle, pero esta mal que se tome casi dos minutos en tomar el rostro de su actriz mientras tiene un orgasmo. O Kevin Smith (Clerks) quien ha sorteado innumerables batallas con la MPAA, o un Wayne Kramer (The Cooler) acompañado de Maria Bello relatando su pecado por filmar parte del vello púbico de la actriz. En el desfile de tragedias, aparece desde el “infame” John Waters (nomas porque se sabe el nombre y descripción de unas perversiones sexuales), el elocuente Atom Egoyan (Where the truth lies), Darren Aronofski (Requiem for a dream), Mary Harron (American Psycho), Michael Tucker (Gunner Palace) y el siempre oportuno Matt Stone (South Park)

Así se arma un compilado de frustraciones y denuncias (bien argumentadas) que le dan al director la oportunidad de enlazar la segunda narración. En palabras de Kirby, existen únicamente dos organismos en E.U. que niegan el derecho de dar conocer el nombre de sus empleados. Una es la MPAA, la otra es la CIA. Su idea de contratar a dos investigadoras privadas para revelar tanto las identidades como el motivo del misterio tiene momentos muy logrados (en especial, aquel donde revisan la basura de un miembro encontrando un formato para calificar una cinta en base al sexo, los insultos y los desnudos) como otros muy fallidos, que aunque le quitan ritmo a la historia, logran culminar en un desenlace por demás agradable.

¿Dónde, donde?

Mucho se menciona la idea, pocas veces se dice la palabra. Valenti tiene algo (muy poco) de razón cuando en una entrevista asegura que la MPAA ni ayuda ni perjudica a una cinta, la cual tendrá ya su base de espectadores o no. Si bien es cierto que en papel son meras clasificaciones y que uno puede apelar el resultado, la realidad es que la temida NC-17 obedece a una censura directa. Prácticamente (salvo casos muy contados) ninguna distribuidora ni exhibidora desea involucrarse con una cinta condenada con esa clasificación. No hay los TV Spots, no hay material promocional, no hay exhibición, por lo tanto no hay conocimiento de su existencia. Un tanto radical, pero también hay algo de verdad en eso.

Si ya es de dudar que en los miembros de la asociación que vota para determinar la clasificación de una cinta se incluyan miembros del clero, uno queda sorprendido, molesto, indignado al saber que los miembros que responden a una apelación son los dueños de cadenas exhibidoras, distribuidoras y televisivas. Kirby Dick estaba condenado desde un inicio (tan así que el documental efectivamente obtuvo su NC-17) pero su aproximación llamo tanto la curiosidad que el DVD resulto un verdadero éxito.

Todo esto es el punto de vista de una de las partes. Aunque a la otra parte no le interesa responder. El organismo sigue ahí y todos somos cómplices. Es el encargado de colocar la advertencia, sobre fondo verde, en cada tráiler o avance que vemos en el cine. Ahí esta, invisible pero omnipresente.

Para conocer cuales son las clasficaciones y su contexto, ahí esta este completísimo video:

Top Ten: Cine. 6


(Ídem, 2008)
Dir. Everardo González.

El documental siempre ha estado en ascenso y descenso. Por tradición, se le consideraba exclusivo para la televisión y en el mejor de los casos, el video. El cine parecía no tener mucho espacio para retratar la realidad que muchos esperan evadir. El documental adopto a la pantalla chica como su refugio y un estilo bastante educativo, muy serio y exclusivo para las personas que mostraban interes por el tema al que recurrían.

Mucho se cree que Michael Moore tuvo el acierto de renacer el interes general del formato y llevarlo a un público masivo. Probablemente el espléndido documental Roger & Me (1989) revitalizo el gusto por el documental, desarrollo un estilo diferente y logro que la gente mostrara un genuino interés por las historias reales de gente que perdió todo en Detroit una vez que la automotriz despidió a casi todos sus empleados. Bajo el pretexto de encontrar al director de la empresa, Moore recorrió las dolorosas conclusiones de la gente humilde que trabajaba ahí y de la indiferencia que los propios espectadores eran cómplices. Eran parte del juego.

La historia de varios ladrones de los 60 y sus grandes exitos en su profesión (como le llaman) son la trama de este documental, premiado en Guadalajara. Sus lealtades, sus códigos, sus categorías. Su historia es contada por ellos mismos, por los policias que los persiguieron y por secuencias extraídas de televisión, cine y periodicos. Es una historia de policias y ladrones, el tipo de historias que atraen por su emoción y también por su desencanto.

Son ladrones que aprendían sus artegios desde niños (la anecdota tan bien contada de cierto muñeco al que le colocaban cascabeles), acostumbrados a la idea de que todo lo que veían estaba ahí para aquel que se atreviera a tomarlo. Sin embargo, hay una culpa que dentro de ellos y también dentro de nosotros.

Elocuente y divertido, el fantástico documental de Everardo González no solo pone el dedo en la llaga del espectador para sacar conclusiones sobre estos personajes, que para bien o para mal forman parte del folclore mexicano. También el que la audiencia sea complice de esos ladrones, señala algo que siempre ha estado ahí. La doble moral del mexicano. Sabemos que lo que hacen esta mal, sin duda le sacaron la quincena a más de uno. Sus acciones no son para enorgullecerse... y sin embargo, cuando uno de ellos habla de su experiencia al saquear la casa de un político ladrón, el gusto es enorme. Vaya, hasta se le extraña.

Coming soon .... - Not! -


Sitges es uno de los festivales cinematográficos más interesantes en contenido y propuesta. Siendo uno de los pioneros en destacar todo lo envolvente al cine fantástico, de horror, gore y ciencia ficción, es, junto al Festival de Toronto, un festival que no niega su espacio a muchas propuestas que, en muchos lamentables casos, terminan viendo su suerte en formato casero. Como en todos, muchas de esas cintas con el tiempo se han convertido de culto y otras solo rellenaban un horario. La programación de este año es por demás interesante, rescatando propuestas de cada rincón del mundo. Presentada también en el TIIF, una de las cintas fuera de competencia que ha llamado mucho la atención de espectadores es JCVD.

De que los hay, los hay. Conozco a unos varios, por así expresarlo. Pero, mi opinión, aquellos que nunca disfrutaron una cinta del belga Jean Claude Van Damme se privaron de varios de los momentos más divertidos, jocosos y entretenidos del cine de acción de los 80 y 90’s. Muchos nos quejamos (y con razón) de los ochenta, olvidando que esos como Van Damme, Seagal, Norris nos llenaban de emoción y alegría. El belga astro de las artes marciales nunca se destaco por ser buen actor, por elegir buenos papeles o por tener mayores habilidades que girar con un perfecto split. Mi infancia me prohíbe reconocer que era uno de los entretenimientos más imperfectos que uno podía encontrar. Por el contrario, me recuerda la búsqueda frenética que realizaba por conseguir sus primeras cintas, en especial una donde es el villano con poco dialogo. Salí saltando y aplaudiendo después de presenciar Timecop y hasta me divertí con una llamada Maximum Risk. Lo que siguió fue su inminente caída libre.

JCVD es un falso documental de cómo Van Damme regresa a su país natal, desilusionado, endeudado y sin posibilidades de ser feliz en Estados Unidos. Al parecer, la suerte tampoco le sonríe en su país y más bien le trae humillaciones, peleas legales y ser victima de asaltos bancarios. Por lo general se dice que uno se auto flagela evitando ser flagelado por un tercero. No se si reír o llorar, pero sin duda es una cinta que se antoja.

Otra más que se presenta en el Sitges este año es The Informers de Gregor Jordan (Ned Kelly, 2003). Ubicada en 1983, esta cinta esta basada en una serie de cuentos del controvertido Breat Easton Ellis. Como con todas las cintas basadas en el escritor, ya ha generado una tonelada de controversia. Me pregunto que habrá pasado con el proyecto de llevar al cine la novela Glamourama. Por lo pronto, hay que conformarse con esta, que por el trailer, parece muy interesante

Historia de un ladrón de amor

Para Juniper Girl


El espacio de la gran felicidad: la historia de un ladrón de amor en Osaka
(The Great Happiness Space: Tale of an Osaka Love Thief
Dir. Jake Clenell, 2006)



Si como muchos dicen (o decimos) que el amor es una ficción, un veneno del que poco a poco nos volvemos todos adictos, ¿Por qué existe una búsqueda incansable por alcanzarlo o encontrarlo?. Que el amor es un capricho, una pasión que solo dura 4 años. Que el amor es una ilusión que simula un estado de bienestar y felicidad. Que busca rellenar carencias de uno mismo. Que es lo mismo que comer un chocolate.

Lo mismo hemos pasado por romances pasionales cortos, que por relaciones estables largas y todas han llevado en algún punto a la misma conclusión: el supuesto bienestar se transforma en frustración. ¿Es un error que estamos destinados a repetir toda nuestra vida? Todos tenemos la urgencia o necesidad de incluir a alguien en nuestras vidas, alguien que provoque y permita emociones, pasiones. Compartir con alguien nuestras experiencias o simplemente sentirnos importantes para la otra persona. El amor es una experiencia individual que siempre encuentra justificación para su desarrollo.

El festival de documentales de nombre Ambulante (que se ha ido sosteniendo por su afortunada programación que por lo general incluye al menos un documental representativo de cada continente) tuvo el gran acierto de traer uno que muestra un lado poco conocido de Japón y sus clubes underground.

Este estupendo documental explora uno de ellos, de nombre Rakkyo Café, donde por una módica cantidad, es posible comprar el amor, aunque sea solo por una noche. La cultura asiática no es medible y quizá no es entendible simplemente por la frecuencia con la que su cine, literatura y televisión ha llegado a nuestro país. Será por eso que las primeras imágenes del documental causan entre la audiencia cierto extrañamiento, risas discretas y miradas sospechosas. Ellos (los chicos) se preparan, se maquillan, se visten con la mejor ropa y los mejores accesorios. Salen a la calle, cual cazador por su presa, a tratar de convencer a mujeres que transiten para entrar al club y pasar un rato agradable entre ellos. Ellas, mujeres adineradas, son capaces de gastar todo lo que han ganado en una semana por una noche con ellos. Y la fiesta, entre mucho alcohol y canciones, parece tan distante y absurda, para un público (como el mexicano) que de una u otra forma tiene cierta represión para hablar del amor como un producto más, uno que se vende muy caro.

Los anfitriones tienen que venderse y su venta tiene que durar para que sea lucrativa. Su líder Issei lo explica diciendo que se dedican a vender sueños, a vender ilusiones. Los anfitriones las “curan”. Mientras ellas paguen una fuerte suma de dinero, ellos las harán sentir como princesas.



El director Jake Clennell no toma ningún favoritismo, se inclina por el camino más honesto. Entre entrevistas con las chicas que frecuentan el lugar y los propios anfitriones trata de enseñar hasta donde una persona puede llegar por un poco de ese sentimiento tan complejo. Durante su recorrido, descubrimos lo extraño del lugar y su convivencia. La indiferencia de los anfitriones hacia sus clientes, los sentimientos de las chicas hacia ellos (en especial hacia Issei) que van desde el simple enamoramiento, pasando por el deseo de casarse con alguno, hasta el grado de morir por ellos. Cuando en cierto momento, todo esto se vuelve repetitivo y agotado, viene una vuelta de tuerca tan interesante y tan intensa que las piezas se juntan: el momento en que ellas revelan a que se dedican y cuál es el verdadero motivo de su frecuencia al club.

En ese momento, uno no puede más que entender y hasta identificarse con ambos bandos. Ellas (no me atrevo a revelar su secreto) solitarias, juzgadas, ven su vida transformada en algo hermoso, algo anhelado. El lugar no las juzga, ni las castiga, pero tampoco las entiende, ni las aleja, simplemente las engaña. Pero el engaño parte de un sentimiento de por sí confuso, que real o falso, produce tanto bienestar que bien vale la pena recorrerlo

Para ellos, el precio de jugar con los sentimientos de los demás (y al final, con los suyos) es de desconfianza a la vida. Perder la propia identidad, perder la posibilidad de sentirse (o creerse) amado.

¿Hasta donde somos capaces de llegar por un poco de felicidad? Cada quien tiene una respuesta. Pero es difícil al final juzgar a una de las mujeres que confiesa, después de decir que moriría por Issei, que bajo ciertas condiciones, se puede comprar el amor. Lo que paga implica ser escuchada, ser entretenida, ser feliz. Lo que paga la hace sonreír. ¿No pagamos por lo mismo todos los días, aunque no sea con dinero?

The King of Kong



¿Es un documental?

Si. Pero no es para huirle, por el contrario, contiene más emoción, suspenso, creación de personajes, drama, nihilismo y tensión que cualquier ficción en la actualidad.

¿Y de que trata?

Pocos desconocen el personaje virtual llamado Donkey Kong, aquel que por 1981 reinaba como el producto de mayor entretenimiento existente. Filas largas en las “maquinitas” (o arcade) para siquiera ver al jugador en turno tratando de sortear los barriles y obstáculos que Donkey lanzaba, para alcanzar a la damisela en peligro. Los creadores siguen la rivalidad entre Bill Mitchell y Steve Wiebi, por alcanzar la mayor puntuación en el juego.

Suena medio nerd…

Lo primero que vemos en The King of Kong es a un Bill Mitchell reconociendo la temática de sus logros, si en verdad es un hecho de interés ser un competidor oficial en los videojuegos o es puro ocio. Conocemos la existencia de árbitros profesionales de videojuegos, organizaciones dedicadas a recabar puntajes, jugadores empedernidos y obstinados. Algunos tienen el estereotipo clásico de videojugador, otros son consagrados profesionistas (músicos, abogados) que dedican (o dedicaron) gran parte de su vida a las máquinas. El centro de atención es lo opuesto de cada rival.

Creo que escuche algo sobre eso

Probablemente. Bill Mitchell fue la persona que recorrió diversos medios de comunicación cuando logro la partida perfecta en Pac-Man. Su reinado se vino abajo cuando el menospreciado e ignorado Wiebi aniquilo su record en Kong, el cual llevaba 13 años intacto. Wiebi se presenta de inmediato como una persona que debió tirar la toalla mucho tiempo atrás. Acostumbrado a las decepciones, Wiebi intento ser beisbolista, jugador de básquetbol, baterista de un grupo grunge, ingeniero en Boing y en cada actividad algún obstáculo se atravesó que le fue imposible sortearlo. Tratando de destacar a como de lugar, compro una consola de Donkey Kong y recurriendo a sus notables conocimientos matemáticos, trazo una manera casi infalible para lograr el millón de puntos y coronarse como el mejor videojugador de Donkey Kong en el mundo.

Ya suena mejor, ¿Qué más?

La historia nunca toma partido. Aun a pesar de que avanzada la trama, Mitchell queda indicado como el villano, aquel que nunca enfrento a su desconocido retador por mantener una imagen ganadora y que recurrió a todo tipo de artimañas para desacreditarlo y negarle el reconocimiento. Pero Mitchell no es el malvado de la historia, es simplemente un hombre que se reconoce como “el mejor” en algo, hecho que pocos pueden presumir. La tensión aumenta cuando se lleva a cabo el torneo nacional (en EU) de videojugadores en Funspot, donde Wiebi ve sus sueños agonizar a paso veloz. Lo vemos llorar ante una decepción más (o la acumulación de todas), vemos a su esposa tolerarlo, vemos el asombro de los más antiguos jugadores y sobre todo somos testigos de una simple historia de superación presentada en uno de los entornos más extraños que pudiéramos creer. Y es que el territorio del videojuego esta presentado a varios niveles, pero el elemental es el de la simple distracción, el entretenimiento social en una sala, acompañado de amigos, cerveza y comida. A veces parece un comportamiento anormal el afán y empeño que los jugadores tienen a determinado reto, pero nunca dejan de ser comunes, con sus problemáticas, angustias, fobias.

¿Dónde o que onda?

El DVD tiene varios meses en venta. Será casi imposible verla en las salas de cine, pero el contenido amplio de sus extras (entrevistas completas, actualizaciones y sobre todo reacciones en los varios festivales de cine) asegura que la compra vale mucho la pena. Es una estupenda cinta que debe revisarse.

Día 11 Ficco 2008


Rebelión: El Caso Litvinenko (Bunt, Delo Litvinenko, Dir. Andrei Nekrasov, 2007)
* * 1/2


Cuando se destituyó (y se creyo sepultada) la KGB, se reemplazo por otra agencia conocida con las siglas FSB. Técnicamente, era una agencia de seguridad nacional, con tácticas de espionaje, estrategia y primordialmente de información. En algún momento, dicha agencia estuvo bajo las ordenes de un supuesto soldado de nombre Vladimir Putin. Y bajo su cargo (para el caso, bajo el cargo de cualquiera) es agencia se convirtio en una versión remasterizada de la más negativo de KGB.


Rebelión, El Caso Litvinenko es un documental sobre un ex-agente de dicha agencia, Sasha Litvinenko que creyó actuar correctamente cuando denuncio todo lo podrido que representaba el organismo. Fue encarcelado, desterrado y al final asesinado por un sistema que necesitaba deshacerse de él. Acompañado de entrevistas a su esposa, amigos, periodistas, los supuestos asesinos y un archivo donde el propio Sasha expone su caso, vemos una de las muchas formas que el sistema tiene para controlar los daños. Para pocos debe ser sorpresa que la información oficial poco tiene de verdadera. Las imagenes de la Rusia democrática no tienen mucha diferencia con la Rusia dictatorial. Un pueblo ruso lastimado, herido, dividido, que no tiene acceso a mucha información (solo el 10% de la población accede con regularidad a Internet), que se engaña a si mismo por un poco de comodidad.


¿Como cambiar un sistema democratico en una dictadura? Hay que obligar a que los ciudadanos acepten por libre albedrío perder ciertas libertades, explica el documental. Los ciudadanos son libres de hacer televisión, salir de compras a grandes plazas, manejar sus coches. Esos les da sensación de libertad, de modernidad, de comodidad. ¿Y la verdad? Pasa a segundo plano.


En lo personal me estremeció la forma en que el gobierno aplasta cualquier rebelión, y que los ciudadanos lo permiten. Sasha explica lo terrible que era encontrarse con amistades quienes le afirmaban que era normal que la agencia asesinara. Pero el asesinato de la agencia, y del gobierno mismo, empieza desde la manipulación y de la aceptación silenciosa del pueblo.


Lo más perturbador del asunto son las pequeñas semejanzas. ¿Cuantos kilómetros hay entre Rusia y México? ¿Cuanta pasividad hay entre ambos pueblos?.



Una dama para dos (La Fille coupee en deux, Dir. Claude Chabrol, 2007)

* * *


Chabrol es un cineasta verdaderamente excepcional. Como ejemplos pueden haber muchos, de cada cinta que ha hecho y que en lo personal he revisado. Pero el mejor argumento que puedo ofrecer para tal afirmación es que logra que una historia le brinde al espectador un recorrido novedoso y ambicioso por temáticas que en un inicio parecen de los más triviales, cuando en realidad son por las que todos hemos pasado, o habremos de.





En esta nueva cinta, una joven que presenta el clima en el canal local se ve envuelta entre la pasión, obsesión, capricho (más nunca amor) de dos hombres exitosos, vanidosos, egocentricos y enemistados. Por un lado, esta el escritor famoso, intrigante que parece por encima de cualquier situación, con una audacia y cinismo desbordantes. Por el otro, un joven mimado, al que se le ha dado todo, narcisista que no tolera la derrota. El gran problema para ella no es la obstinación que ambos hombres tienen hacia ella, sino sus propios sabotajes, su inocencia, ella misma.




Inspirada muy libremente en una historia real, de un arquitecto en Nueva York que termino tragicamente para todos los involucrados. La historia, un triangulo romantico ejemplar, a estas alturas sobra. En todos lados vemos, leemos y escuchamos esa situación. En manos de Chabrol el asunto es tan interesante, que desde su inicio nos atrapa. Conocemos al escritor, casado con la que parece una esposa perfecta, viviendo con calma y tranquilidad. Su primer acercamiento con Gabrielle, la chica en cuestión, se combina con el acercamiento de su rival y desde ahí, desde los primeros minutos, Chabrol no permite ninguna distracción.






Con dialogos, situaciones y descripciones que rayan en lo perfecto, la visión de esta tan utilizada historia es divertida, hilarante, intensa. Cuando tiene que ser misteriosa lo es. Cuando decide dar sorpresas, las hay. Cuando el camino recorrido solo tiene una opción, el asunto se vuelve gris, solemne, casi trágico.





Por encima de todos los adjetivos, es una cinta inteligente, agil y muy entretenida. Chabrol vuelve a ganarme de nuevo, y sin mucho esfuerzo.