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The Woods


Pareciera que suceden muchas situaciones en The Woods (McKey, 2006) La historia de una jovencita que es arrastrada a un internado después de haber incendiado su casa, hilvana demasiadas tramas paralelas que pudieran distraer de la principal, la cual, finalmente cede y termina por perderse entre el resto. Es decir, a la pregunta “¿de que se trato?”, la respuesta presenta varias opciones. Lo curioso es que no parece restar la plausibilidad de una historia que bordea entre el horror, el drama, el thriller y hasta el humor, resultando una cinta muy funcional y entretenida.

1965, Heather (Agnes Bruckner) es enviada a la disciplinada Falburn Academy, lugar que de inmediato repudia, pero cuya llegada genera un bizarro interés en la estricta directora Ms. Traverse (Patricia Clarkson) y el resto de los mecánicos académicos que pululan por el lugar. El escenario no podría ser más apropiado cuando en su primera noche Heather es asechada por los susurros y perseguida por lo que sea que se hospede en el imponente e interminable bosque que rodea a la institución, para poco después enfrentar el hacha de una compañera que aparentemente ni siquiera esta en la residencia, pues se ha intentado suicidar días antes.

Pero Heather resiente más el rechazo e incomprensión de su madre cuando le pide que la rescate, el sonambulismo de su estoico padre incapaz de enfrentar a su esposa para esos asuntos, el constante enfrentamiento con una compañera que la desprecia y la dificultad para convivir con el resto de las compañeras que habitan la academia. Ella es huésped de un lugar extraño y no puede encajar, no puede pasar desapercibida. Lo mismo su némesis que le llama “fire crotch”, que la directora con su irritante curiosidad, que la neblina que se forma en su alcoba pretendiendo poseer a todo individuo que alcance, nada parece generarle un sentido de ubicación, de pertenencia. Heather es aún más incomprendida entre los incomprendidos.

La cinta de Lucky McKee (May, 2002) no descuida el aspecto sobrenatural y perturbador, pero decide tomar rutas alternas para enfrentar a su personaje contra la situación menos predispuesta, contra las inexplicables consecuencias y contra su propia identidad. Todo es provocado por Heather, su enemistad con la líder, su amistad con la rechazada, su involucramiento con lo sobrenatural de la academia. Su acción y su pasividad ponen en marcha la serie de eventos que finalmente desencadenan una masacre de tan buen humor, que a esas alturas la aparición de Bruce Campbell en su papel de Ash se siente calculada, aunque no disparatada.

Indudablemente McKee tiene un estilo interesante, quizá no puede reclamarlo absolutamente propio, pero si define una señal con cada emplazamiento, insertando un nuevo misterio, un nuevo factor de interés. Tiene una genuina preocupación por su personaje, dotándola de un matiz significativo que va creciendo conforme la relación con su entorno se vuelve insoportable. Y eso logra que una cinta que plantea tanto no se quede estática en un panorama conocido. Muy conocido.


The Woods (2006) * * 1/2
Dir. Lucky McKee
Guión. David Ross

The Sound and the Fury



Y todo empezó por una paloma.

Era el niño pobre, desconfiado, inseguro. Su madre era la promiscua de la cuadra, vivía con un hombre al que siempre conoció como padre, aunque nunca lo supo. Era gordinflón, con anteojos, al que todos los niños molestaban, humillaban, ridiculizaban. Le rompían los anteojos, lo golpeaban, le robaban los centavos que guardaba. Su personalidad introvertida le impedía cualquier esfuerzo por frenar tanto abuso, por defenderse. En sus palabras, no entendía porque la gente era capaz de actuar con tanta crueldad. No confiaba en las personas, no confiaba en si mismo, pero confiaba en las aves, en las palomas. En su escondite disfrutaba su compañía, su armonía, su incapacidad de herirlo. Pero nada dura eternamente. Su escondite no duro mucho y cuando fue descubierto, sus enemigos notaron que herirlo físicamente ya no era suficiente. Uno de ellos tomo a su paloma y le arranco la cabeza de un solo movimiento. Él tenía mucho miedo, siempre lo tuvo, siempre lo tendría, pero ese día encontró su límite, encontró su primera pelea y su primera victoria.

Con el primer crédito, la intensidad vuelve a ser familiar. La voz que nos da la bienvenida es la de Mills Lane, para después atestiguar la forma en que ese niño inseguro se convertía en el campeón mundial más joven de la historia derribando al poderoso Trevor Berbick en dos rounds, el otrora hombre de hierro, Mike Tyson.

Un emblema como Tyson genera muchas cosas al mismo tiempo: odio, tristeza, empatía, vergüenza. Él mismo así lo cree. Su figura se convirtió en un ícono de la cultura, un emblema para el boxeo, una imagen de poder, de gloria. Pero principalmente fue la parábola del triunfo y el descenso en la vida de un ser humano. El mundo atestiguo a esa intimidante figura como uno de los boxeadores más brutales, despiadados y salvajes de la historia, primero en el aspecto deportivo, donde no hay daño, no hay prejuicios, no hay mucho espacio para la reflexión. Y después como el mismo animal, pero fuera del cuadrilátero, donde todos se atreven a cuestionar y a indagar, pero jamás son capaces de cerrar los ojos.

Su historia no puede ser narrada, no podría existir objetividad de un tercero. De tal suerte, el director de esta especie de documental, James Toback, ha decidido que sea él quien narre su vida, como la ha entendido, como la ha enfrentado, como la ha reflexionado. Y es en sus palabras (algunas que solo él entiende) con su extrañamente suave y pausada voz, que Tyson habla de Tyson, de su figura, de su gloria, de su caída. Criminal desde los 12 años, cuyo único propósito era evitar, bajo cualquier circunstancia o condición, ser humillado de nuevo, encontró la válvula de escape en los costales, descubriendo lo que la disciplina devolvía.

Tyson siempre fue un hombre enojado, resentido, desconfiado. Y así se muestra, luchando contra todas sus voces contradictorias que encuentra, buscando cual es la real, cual es la genuina. Lo mismo expresa su miedo antes de cada combate (cuando uno pensaría que eso lo piensa el rival) que se rompe en llanto cuando recuerda a su mentor, amigo y casi padre, Cus D’Amato, que enfurece al revivir la impotencia en su batalla contra Evander Hollyfield, que narrando lo que busca en una mujer, lo que cree necesitar, asegurando que jamás cometió crimen alguno contra ninguna Miss América.

Uno puede apropiarse de una opinión ya creada al escuchar al quien mucho tiempo fue considerado el hombre más intimidante del planeta. Personalmente siempre fui seguidor de su carrera. Admiraba la frialdad que mostraba al mirar siempre a los ojos al rival, a agotarlo, a quebrar su espíritu. Su rapidez no correspondía a su tamaño, mucho menos a su fortaleza, a sus golpes que anunciaban una destrucción. Todos querían verlo caer, todos querían atestiguar que no había indestructibles. Pero todos sufrimos cuando Douglas le propino su primera visita a la lona.

Iron Mike perdió el amor por el deporte que le había dado un significado a su vida. En realidad, perdió la única confianza que era relevante. La suya. Quizá busca recuperarla, quizá busca descubrirla. Tal vez trata de encontrar el significado de confiar en alguien, en algo. Probablemente trata de confiar en quienes vean su historia. Lo que hizo en su pasado, narra, es historia, lo que hará en su futuro es un misterio.

La más monumentales historias tienen un inicio bien definido. Y todo empezó por una paloma.

Tyson (2008)
Dir. James Toback

* * *

Must List / II


Yo lo mate”, dice el hombre, “lo mate por dinero y por una mujer. Ahora me quede sin el dinero y sin la mujer”.

El dialogo da inicio a un desenlace, uno que anticipadamente nos han presentado, las palabras aluden a un fatalismo inevitable, decidido y aplazado. El hombre, herido y sudoroso, se confiesa, aunque como él lo dice, no es esa palabra que lo define. Lo que busca es la redención, en su modalidad más pesimista. Para conseguirla necesita lograr la empatía de sus colegas, de su amigo, pero principalmente, del espectador.

Tan pronto hemos escuchado esas palabras, somos transportados al inicio de esa tragedia que revelará Walter Neff (Fred MacMurray), carismático y egocéntrico vendedor de seguros, quien durante una visita a la residencia Dietrichson para renovar una póliza, se convierte en comprador de la fascinante Phyllis (Barbara Stanwyck) quien a pesar de su rutinaria faceta de victima, sabemos que va a controlar el destino del protagonista, de sus acciones, de sus penurias, de todos menos el suyo. Walter es demasiado arrogante para percibir que la situación esta fuera de su alcance, pero también siente demasiada curiosidad por lo que la mujer representa, la atracción que tiene hacia desde el primer instante que la ve (ataviada solo con una toalla), el reto que asume para actuar como cabeza y salvador y también la sensación de peligro que involucrarse le representa

Billy Wilder sabía que todo en un guión es necesario, de lo contrario, es texto inservible. Desde sus deliciosos monólogos en off (como lo haría después con otra obra de arte, Sunset Boulevard, 1950) hasta la cadena en el tobillo, todo esta colocado para crear un espacio fantástico, propio, único, pero también evidente en su reflejo de la maldad humana, de la tendencia a lo censurado. No hay detalles sueltos, casuales ni sugerentes, cada momento introduce información relevante, los diálogos nunca son gratuitos, las emociones parsimoniosas. Y como no habría de serlo, si la historia lleva la firma del mismo Wilder y de Raymond Chandler, adaptando una novela (o serial) de James M. Cain quien a su vez, tomo inspiración de un caso real sobre un ama de casa que planeo, con su amante, el asesinato de su esposo.

Lo que la cinta desencadeno fue una soberbia aproximación, no solo al espíritu humano, no solo a la manera de contar historias, sino también a la forma de hacer cine. Wilder visualiza un manual sobre el film noir. Su mundo es uno de invadido de sombras, en una urbe que solo vive de noche. Sus personajes avanzan por esa oscuridad dilucidando siluetas con el humo del cigarrillo, lanzando excepcionales frases dentro de escenarios sofocantes, encerrados, casi paranoicos. Todo para llegar a la incomodidad de un impulso instintivo del humano, Walter se dedica a eso, analiza toda situación para evitar cualquier fraude, busca hoyos dentro del razonamiento. Desde su interna posición, quiere pensar que puede engañar al sistema, engañarse a si mismo. Y el director aprovecha ese contraste, no únicamente visual, para dejar que sea el espectador quien se engañe. En el inicio, sabemos que ese plan casi perfecto ha fracasado, algo ha fallado. Es en ese encierro característico del género en el que vive el personaje donde buscamos aliarnos a ese villano, a ese asesino, a esa patética figura en sombras que implora por la comprensión, por la degradación, casi por la aceptación de que no somos mejores que él.

Y no lo somos, creemos serlo. No es su voz quien nos acompaña en el trayecto, no es la ejecución perfecta de un plan solo revelado con la acción (y una de las secuencias más elegantes e impactantes, cuando ella ocupa el cuadro y toca por tercera vez la bocina del auto) ni tampoco son las múltiples facetas que cada personaje explora (la hija, el novio, los superiores) Como audiencia, todos hemos pasado por ese recorrido, al menos internamente, sabernos por encima de la situación, capaces de salir librados de cuanto mal provoquemos. ¿Es posible? ¿Es realizable? ¿Somos capaces?

“I wonder if you wonder”, le dice Neff a ella durante su primer encuentro. Lo mismo nos dice Wilder a nosotros.

Double Indemnity (1944)
Dir. Billy Wilder

Re-Animator


Siempre existe espacio para la duda. Es injusto (y hasta absurdo) pretender reflejar la opinión que da uno sobre una película, basándose en las circunstancias en que la reviso. Una cinta debe juzgarse por lo que es en pantalla, no por el estado de animo del espectador, la comodidad o falta de ella, el día, la noche, lo que sea.

El caso es que siendo mi estilo el que es, la tendencia de películas que disfruto por el género y el supuesto clásico que decidí por fin revisar, me sorprende que la cinta me haya decepcionado profundamente. Pero por encima de la decepción, creo que la sensación fue de una desoladora frustración. Indudablemente, Re-Animator (1985) tiene muchas características que han ayudado a convertirla una cinta de culto, favorita entre los fanáticos del cine gore, con secuencias imitadas y repetidas, que también preceden de elementos similares. Su director, Stuart Gordon, también goza del respeto de los leales al género y esta en ese peldaño donde es difícil cuestionar su reciente trabajo por lo que representa su trayectoria (aunque me guste King of Ants, es de lejos uno de sus trabajos más flojos)

No hay mucha seguridad en decirlo, pero de haber tenido la oportunidad de ver esta cinta, sin ninguna referencia, probablemente la hubiera disfrutado. A lo que voy es a una casi-norma de cualquier adaptación literaria a la pantalla grande: “nunca va a ser mejor que el libro”. Personalmente, no soy de esa opinión que tiene varios argumentos válidos, pero se enfoca en una especie de prohibición, de mandamiento encerrado y exclusivo. Pero, en este específico caso, tengo que admitirlo: la versión de Gordon y compañía palidece terriblemente con la excepcional obra de H.P. Lovecraft, la cinta esta a años luz de poseer los elementos más interesantes, atrayentes y adictivos de ese serial de cuentos, que, curiosamente, forma parte de aquellos escritos renegados por su autor, argumentando presiones, formatos y libertad limitada.

La historia narra a Herbert West, médico con delirios de grandeza, que ha creado una fórmula para re-animar (revivir) a los muertos y las desventuras que tiene que pasar en compañía de su único amigo y compinche, el narrador, para conseguir que el experimento sea exitoso, sin importar la forma, el método y mucho menos las consecuencias.

El show de Gordon sigue una trayectoria, en contenido, similar, ubicando la trama en los ochenta (el cuento danzaba a principios de siglo) colocando a sus personajes como estudiantes de medicina (ya no como doctores) dotando de mayor dimensión a West, enemistándolo desde un inicio con todo pero evidenciando un carisma mayor, beneficio directo de Jeffrey Combs y todas sus expresiones maniáticas. West se apropia de cuanto espacio encuentra, alardea, presume e irrita; sus compañeros de cuadro (porque actores no se les puede llamar) están ahí como parte de la utilería, actoral y narrativamente y con esa base, Gordon desarrolla un lenguaje repleto de referencias, de inspiraciones y de recreaciones que al final, parece que solo él entendió.

¿Cuál es el coraje? Quienes la vieron, la cinta no se pone delicada a la hora de mostrar violencia gráfica, sus galones de sangre y sus sustos cotidianos. Una cinta así, en base a lo que esto escribe, debería formar parte del catálogo favoritas/recomiendo, pero no, lo más alejado a eso. Kurosawa siempre propuso adaptaciones donde solo la base era parte de su creación (de McBain o de Shakespeare), Gordon quiere manejar una sutileza similar, pero no puede ceder a la tentación de incluir las anécdotas mas emotivas del relato, corrompiendo su propia propuesta y entregando un producto que, basándonos en el texto original, no puede ser más que mediocre y complaciente (y no es excusa que el presupuesto les impidió recrearla en época y espacio propio)

Una verdadera lástima, para mi por supuesto, que una película que tomaba una de las novelas más entretenidas, con un formato creado de forma excepcional, con características que deformaban una inspiración y la llevaban un paso adelante (Lovecraft parodiaba la novela clásica de Mary Shelley) haya resultado tan profundamente decepcionante. Seguirá siendo un referente y una obra de culto para aquellos que presumen el poder de encasillarla de esa forma, pero la esperanza debería ser que la cinta inspirara a la gente a buscar la novela original, situación que por practicidad, nunca se va a dar.

This film is not yet rated


¿Y esto?

Estrenado en Sundance en el 2006, este documental recibió toda clase de halagos y fanfarrias por casi toda la crítica especializada. Su creador, Kirby Dick venía de hacer varios documentales con temáticas mucho más serias, por lo que a muchos sorprendió que su siguiente proyecto funcionara más en tono de comedia, muy en deuda con el estilo Michael Moore, para reflejar el trabajo de investigación que Kirby y su equipo se encomendaron para evidenciar la hipocresía de un sistema que se dedica a censurar y prohibir películas, bajo un esquema de organización responsable e imparcial especializada.

¿La hipocresía de quien?

El villano es la organización encargada, desde 1966, a determinar las clasificaciones que tendrán las películas a la hora de exhibirse. La mentada MPAA y su creador, Jack Valenti (cabeza de la organización de 1966 a 2004), antiguo colaborador de la administración de Lyndon Johnson, republicano, anticuado y, tendenciosamente, dibujado como el ícono de la hipocresía en todos los sistemas de control norteamericanos (y del mundo, pal’ caso) Kirby se da a la tarea de concentrar las opiniones de directores de cine que se han enfrentado contra ese organismo y que terminan derrotados, mutilando y modificando sus obras para adecuarse a los estatutos y tener, de esa forma, la oportunidad de exhibirlos.

¿Y que pasa?

Uno podría decir “casi nada”, en la actualidad se siguen obedeciendo patrones similares. La acción proviene del documental, pero la reacción depende de los espectadores. Por espacio de 90 minutos, el director maneja dos tramas (o arcos o narrativas) La primera, evidentemente, es la temida modalidad del documental: cabezas parlantes. Temida porque aunque las palabras tengan toda la resonancia y relevancia, carecen de la acción a la que los espectadores se han (nos hemos) ido acostumbrando. A modo de atracción, los entrevistados son los propios directores, narrando sus frustrantes experiencias con la asociación, con la temida censura escondida con la leyenda NC-17. Ahí esta Kimberly Peirce (Boys don’t cry) aun buscando una razón para creer que esta bien si asesina a su protagonista a cuadro, con lujo de detalle, pero esta mal que se tome casi dos minutos en tomar el rostro de su actriz mientras tiene un orgasmo. O Kevin Smith (Clerks) quien ha sorteado innumerables batallas con la MPAA, o un Wayne Kramer (The Cooler) acompañado de Maria Bello relatando su pecado por filmar parte del vello púbico de la actriz. En el desfile de tragedias, aparece desde el “infame” John Waters (nomas porque se sabe el nombre y descripción de unas perversiones sexuales), el elocuente Atom Egoyan (Where the truth lies), Darren Aronofski (Requiem for a dream), Mary Harron (American Psycho), Michael Tucker (Gunner Palace) y el siempre oportuno Matt Stone (South Park)

Así se arma un compilado de frustraciones y denuncias (bien argumentadas) que le dan al director la oportunidad de enlazar la segunda narración. En palabras de Kirby, existen únicamente dos organismos en E.U. que niegan el derecho de dar conocer el nombre de sus empleados. Una es la MPAA, la otra es la CIA. Su idea de contratar a dos investigadoras privadas para revelar tanto las identidades como el motivo del misterio tiene momentos muy logrados (en especial, aquel donde revisan la basura de un miembro encontrando un formato para calificar una cinta en base al sexo, los insultos y los desnudos) como otros muy fallidos, que aunque le quitan ritmo a la historia, logran culminar en un desenlace por demás agradable.

¿Dónde, donde?

Mucho se menciona la idea, pocas veces se dice la palabra. Valenti tiene algo (muy poco) de razón cuando en una entrevista asegura que la MPAA ni ayuda ni perjudica a una cinta, la cual tendrá ya su base de espectadores o no. Si bien es cierto que en papel son meras clasificaciones y que uno puede apelar el resultado, la realidad es que la temida NC-17 obedece a una censura directa. Prácticamente (salvo casos muy contados) ninguna distribuidora ni exhibidora desea involucrarse con una cinta condenada con esa clasificación. No hay los TV Spots, no hay material promocional, no hay exhibición, por lo tanto no hay conocimiento de su existencia. Un tanto radical, pero también hay algo de verdad en eso.

Si ya es de dudar que en los miembros de la asociación que vota para determinar la clasificación de una cinta se incluyan miembros del clero, uno queda sorprendido, molesto, indignado al saber que los miembros que responden a una apelación son los dueños de cadenas exhibidoras, distribuidoras y televisivas. Kirby Dick estaba condenado desde un inicio (tan así que el documental efectivamente obtuvo su NC-17) pero su aproximación llamo tanto la curiosidad que el DVD resulto un verdadero éxito.

Todo esto es el punto de vista de una de las partes. Aunque a la otra parte no le interesa responder. El organismo sigue ahí y todos somos cómplices. Es el encargado de colocar la advertencia, sobre fondo verde, en cada tráiler o avance que vemos en el cine. Ahí esta, invisible pero omnipresente.

Para conocer cuales son las clasficaciones y su contexto, ahí esta este completísimo video: