El Juego de Gerald




Por supuesto uno tiene definidas casi todas las situaciones extremas que podría experimentar. Uno, para bien o para mal, tiene una rutina específica de su vida, de su día, de su espacio. Hay variantes, hay avances y retrocesos, pero el estilo radica, por periodos, dentro de una misma burbuja. Encaminarse de tal forma en la vida es en muchos aspectos natural, es una medida de precaución para enfrentarse contra lo imprevisto, en el fondo. Desviarse un poco de ese trazado aporta diferentes resultados (la maldición del ser humano, actuar en base al resultado), los cuales no son conocidos (son esperados o adivinados) y por tal, se les evita. Una situación extrema lleva a actuar a las personas de formas que jamás hubieran pensado, porque mucho tiempo después de haberlas sorteado, siguen sin ser comprendidas.

Jessie empieza a relatar su historia en el momento en que los dientes de la cadena hacen clic. Despierta de su letargo momentáneo para descubrirse esposada a la cama, semidesnuda, observando a su sobre-excitado marido, Gerald, quien la ha llevado a la cabaña de veraneo, alejados de cualquier ser humano, para dar rienda suelta a las únicas pasiones eróticas que le motivan algo. El juego que tanto emociona a Gerald es uno que a Jessie nunca le ha interesado, pero participa por la emoción que nota en su alejado marido. Sin embargo, no le interesa ser parte del juego en ese preciso instante y toda una avalancha de recuerdos y emociones le vienen al recibir la negativa de su marido, las cuales le llevan a asesinarlo de forma accidental y descubrirse atada, en medio de la nada, sin ninguna posibilidad de escapar.


De tal forma da inicio la novela de ficción número 19 de Stephen King. Esa es la semilla que detona el relato. De la misma forma en que King imagino a Pennywise cuando observo el reflejo de la luna sobre un río en Boston (y pensó que sería muy divertido que un payaso fuera un monstruo con dieta al miedo), el escritor desarrolla todo un brutal relato con la imagen de un deforme humanoide que carga anillos y huesos. La mujer de su historia es una persona desilusionada, alarmada pero rutinaria, que decide permanecer al lado de un hombre que no ama, porque esa muralla le impide recorrer sus propias experiencias. Sin embargo, la vida le tenía destinado enfrentar sus recuerdos y aprender a responsabilizarse de su vida en aras de escapar de semejante pesadilla. Sin agua, sin comida, sin movimiento, el cuerpo de Jessie poco a poco deja de ser suyo, deja de obedecerla, deja de reaccionar, para ser acompañada únicamente por un cadáver, un perro y una figura que nunca se revela como real o imaginaria, formada solo de sombras y reflejos de la luna, que le muestra sus tesoros y aguarda pacientemente que ella se rinda, para reclamarla a ella también.

King, como en prácticamente todas sus historias, no se tienta mucho el corazón y describe con muchísimo detalle cada instante de agonía que la mujer padece. Porque no solo la ilusión de su muerte desolada y francamente patética es aceitado motor para desear que llegue pronto, también lo son sus tres compañeras imaginarias, parte de su propia personalidad: su mejor amiga de la universidad (a la cual nunca ha llamado después), su propia versión de la esposa reprimida y sumisa y a si misma a los 12 años, el único ser que parece tener más respuestas que cuestionamientos. Esa pequeña Jessie se le presenta para enfrentar el único recuerdo que no ha retomado, que no ha enfrentado, el recuerdo que le hará posible su supervivencia. Una historia de abuso, de incesto, de profunda culpa. El costal de culpas que Jessie ha cargado en su vida sorprendentemente deja de ser tan pesado en ese momento de su vida.

Es hasta cierto punto plausible la forma en que King aborda todas las referencias internas de sus anteriores historias y de las futuras. La detallada aventura dura escasos dos días, pero cada página se siente eterna, permanente, desolada. Las memorias que enumera Jessie sobre su infancia deberían llevar a describir y desarrollar un tipo de personaje totalmente diferente al que presenta. Las voces que con el paso de las hojas se convierten en un personaje más, no solo revelan como escapar del misterio, revelan como fue que llego a el. El Juego de Gerald (1992) supone ser una primera parte de una trilogía, que el propio King solía llamar “del Eclipse”. El mismo fenómeno que se presento en la siguiente novela “Dolores Claiborne”, durante el cual, el evento detonante y delineante de toda una vida se presenta. Ambas heroínas son mujeres en inicio poco activas, con poca inventiva, pero que descubren una fuerza interior sobrenatural cuando se enfrentan a horrores que no pensaban existían.

Una de las novelas menos conocidas del mítico escritor, El Juego de Gerald es una experiencia agotadora, dolorosa, plenamente identificada con sus “sobrinos” (como suele llamar a sus lectores asiduos) y sumamente emocionante.



A

4 comentarios:

@duendecallejero dijo...

Una vez dijeron que la harían película. Yo me puse a temblar. Seguro, de hacerla, sería la peor adaptación de Stephen King en la historia. le meterían una subtrama bobalicona de un peeping tom o algo peor. Qué bueno que sólo nos queda el libro. Qué bueno. De momento.

Igor Von Slaughterstein dijo...

No es mi favorita del maestro, pero es cierto que es un libro algo olvidado y totalmente reivindicable.

Saludos!!

Sam_Loomis dijo...

No suena como una novela que me llamaría la atención leer, pero definitivamente soy fan de Stephen King.

Un saludo

adayin dijo...

Duende: Pos pongamonos a temblar. Parece ser un hecho que el próximo año se estrena la versión pal cine. De la mano de Mick Garris, para no variar. Aunque siempre existe la cancelación anhelada.

Igor: Tampoco creo que sea mi favorita. Aunque mis favoritas no son las favoritas de los fans, esta me gusto mucho.

Sam: Si no es mucha la curiosidad, ¿Porque no te llama la atención?