Lunes Musical / IV

Ahora lo recuerdan más por el “Gay Fish” de South Park que por todo lo bueno y malo que le ha dejado a la música. Criticado e idolatrado por la misma cantidad de personas, el peor error de Kanye West fue autoproclamarse como genio musical. Quizá también ha sido su mejor acierto.

No fue el que lo innovo, pero si el mayor impulsor de que el hip-hop podía ser desechable y disfrutable. Ya no era exclusivo de quienes vivieron en los barrios más pobres, ocultos bajo sus camas por las incansables balaceras nocturnas, sin aparente futuro ni posibilidad de soñar en uno. Ya no son los gangsters, ni los asesinos, ni los traficantes. Mucho menos alguien que recibió como 15 balas y sobrevivió para contarlo y cantarlo. No. Kanye habla de muchas cosas en sus letras, pero especialmente provoca el mismo vacío que provoca el pop más endulzado y producido.

Nunca entenderé porque es tan popular puesto que ni siquiera entiendo porque me gusta tanto. Se que no aporta nada, no innova mucho y le sale mejor descubrir talentos (como Lupe Fiasco) que participar en entrevistas. Soberbio y arrogante (salvo cuando presta su avión a Turtle, E, Drama y Ari para ir a Cannes) West sigue en los escalones más altos de los charts, con ideas de armar un escenario de puro oro para sus giras, pero nunca soñando ser tomado en serio. Tan en serio.

Si no les gusta la música, cuando menos la presencia de la monumental playmate Rita es suficiente para revisarlo.

Kanye West - Flashing Lights

Dir. Spike Jonze

Must List / II


Yo lo mate”, dice el hombre, “lo mate por dinero y por una mujer. Ahora me quede sin el dinero y sin la mujer”.

El dialogo da inicio a un desenlace, uno que anticipadamente nos han presentado, las palabras aluden a un fatalismo inevitable, decidido y aplazado. El hombre, herido y sudoroso, se confiesa, aunque como él lo dice, no es esa palabra que lo define. Lo que busca es la redención, en su modalidad más pesimista. Para conseguirla necesita lograr la empatía de sus colegas, de su amigo, pero principalmente, del espectador.

Tan pronto hemos escuchado esas palabras, somos transportados al inicio de esa tragedia que revelará Walter Neff (Fred MacMurray), carismático y egocéntrico vendedor de seguros, quien durante una visita a la residencia Dietrichson para renovar una póliza, se convierte en comprador de la fascinante Phyllis (Barbara Stanwyck) quien a pesar de su rutinaria faceta de victima, sabemos que va a controlar el destino del protagonista, de sus acciones, de sus penurias, de todos menos el suyo. Walter es demasiado arrogante para percibir que la situación esta fuera de su alcance, pero también siente demasiada curiosidad por lo que la mujer representa, la atracción que tiene hacia desde el primer instante que la ve (ataviada solo con una toalla), el reto que asume para actuar como cabeza y salvador y también la sensación de peligro que involucrarse le representa

Billy Wilder sabía que todo en un guión es necesario, de lo contrario, es texto inservible. Desde sus deliciosos monólogos en off (como lo haría después con otra obra de arte, Sunset Boulevard, 1950) hasta la cadena en el tobillo, todo esta colocado para crear un espacio fantástico, propio, único, pero también evidente en su reflejo de la maldad humana, de la tendencia a lo censurado. No hay detalles sueltos, casuales ni sugerentes, cada momento introduce información relevante, los diálogos nunca son gratuitos, las emociones parsimoniosas. Y como no habría de serlo, si la historia lleva la firma del mismo Wilder y de Raymond Chandler, adaptando una novela (o serial) de James M. Cain quien a su vez, tomo inspiración de un caso real sobre un ama de casa que planeo, con su amante, el asesinato de su esposo.

Lo que la cinta desencadeno fue una soberbia aproximación, no solo al espíritu humano, no solo a la manera de contar historias, sino también a la forma de hacer cine. Wilder visualiza un manual sobre el film noir. Su mundo es uno de invadido de sombras, en una urbe que solo vive de noche. Sus personajes avanzan por esa oscuridad dilucidando siluetas con el humo del cigarrillo, lanzando excepcionales frases dentro de escenarios sofocantes, encerrados, casi paranoicos. Todo para llegar a la incomodidad de un impulso instintivo del humano, Walter se dedica a eso, analiza toda situación para evitar cualquier fraude, busca hoyos dentro del razonamiento. Desde su interna posición, quiere pensar que puede engañar al sistema, engañarse a si mismo. Y el director aprovecha ese contraste, no únicamente visual, para dejar que sea el espectador quien se engañe. En el inicio, sabemos que ese plan casi perfecto ha fracasado, algo ha fallado. Es en ese encierro característico del género en el que vive el personaje donde buscamos aliarnos a ese villano, a ese asesino, a esa patética figura en sombras que implora por la comprensión, por la degradación, casi por la aceptación de que no somos mejores que él.

Y no lo somos, creemos serlo. No es su voz quien nos acompaña en el trayecto, no es la ejecución perfecta de un plan solo revelado con la acción (y una de las secuencias más elegantes e impactantes, cuando ella ocupa el cuadro y toca por tercera vez la bocina del auto) ni tampoco son las múltiples facetas que cada personaje explora (la hija, el novio, los superiores) Como audiencia, todos hemos pasado por ese recorrido, al menos internamente, sabernos por encima de la situación, capaces de salir librados de cuanto mal provoquemos. ¿Es posible? ¿Es realizable? ¿Somos capaces?

“I wonder if you wonder”, le dice Neff a ella durante su primer encuentro. Lo mismo nos dice Wilder a nosotros.

Double Indemnity (1944)
Dir. Billy Wilder

¿Porque odio a Michael Bay? / III



Creo que para nadie es un secreto, a estas alturas, el desprecio inhumano que le tengo a la figura de Michael Bay. Un odio absoluto a su estilo, a su formato, a su contenido, cinematográficamente hablando (digo, capaz que es un santo cuando vuelve al mundo real) Empezar con esto me lleva a tomar aire. Paciencia. Y llego a la conclusión de soltar una frase que yo no dije (ni siquiera escuche en vivo) que resume mucho de lo que creo.: “Michael Bay is the aids of cinema”

Pero tengo que ser muy franco aquí. Empecé viendo Transformers 2, con la mejor disposición, olvidándome de que era Mr. Bay el responsable, consciente de que mi cerebro me lo reclamaría, pero optando por apagarlo un rato. Los primeros 15 minutos fueron hasta agradables, entretenida fue la lucha por no carcajearme, por no juzgar el producto en base a su creador y sus antecedentes. Lo que siguió (por ahí de 140 minutos) fue una batalla campal entre mi necesidad de relajarme y la incomodidad que me consumía. Mucha gente me advirtió y hasta me aconsejaron seriamente repelerla, darle la vuelta, seguros que iba a terminar mucho más frustrado y furioso que mi estado natural. ¿Quién me manda? Pues nadie, la verdad, mi decisión y tengo que divertirme con haberla tomado (fue como recrear el meter las manos al fuego cuando era niño) Pero en ese momento que tuve para pensar si la taquería estaría cerrada una vez que terminará la nueva pesadilla de Mr. Bay, me detuve a meditar sobre las motivaciones de los involucrados. Como fue que dieron con tantas ideas los escritores, como las visualizaron los productores, como las hicieron los actores. A ver:

1) No me pareció tan insufrible la presencia de los padres de Sam, ni su incidente con las drogas, ni ver a Bumblebee llorando. Pero que tal el mundo Bay, ese en donde Megan Fox es un elemento de decoración en Bad Boys II (la peor película de la década según yo, aunque esta se acerca bastante) Todas las estudiantes de la universidad son modelos, las fiestas de fraternidad involucran escenarios soñados e iluminación con laser incluido… Ah, pero nadie acaba ebrio, ni desvariando, ni pareciendo un ser humano.

2) Tan en neutral me puse que se me olvido la primera parte (que disfrute más de lo que creía y aseguraba) ¿Eran los Transformers un elemento más encubierto por el gobierno? O sea, ¿nadie sabía de su existencia? ¿nadie vio la destrucción sin sentido que hicieron en L.A.? ¿para que revivieron a Megatron? ¿A poco se murió? ¿Eran satélites? Y una que si nomas no doy ¿Cómo llegaron a las lunas de Saturno?

3)En apariencia, primero fueron los Transformers y luego la civilización. Ok. Sam traía una astilla pegada a una sudadera que era la clave para tener el conocimiento del universo. Ok. Se da cuenta que estaba pegada al principio de la cinta, casualmente. Ok. La astilla le transfiere información, cobra vida y activa a todos los aparatos eléctricos de la casa para convertirlos en unos critters mecánicos que quieren… ¿Qué querían? Matarlos a todos y a ellos y a Bumblebee y al Sol… O algo así. Pero el punto es… ¿la astilla es el detonador de toda la película? ¿Cómo escribieron eso? De verdad, tengo que saberlo. Algo saben que yo no.

4) Si en el mundo Bay, todos y todas son modelos, físicamente superiores, moralmente elevados… ¿Por qué Sam no le puede decir “te amo” a Megan Fox? A Megan Fox, ni porque ella se lo pide. Bay de plano coloca a la actriz en las posiciones más sugerentes e incomodas (para ella quiero suponer) en cada cuadro que la tiene. En esa postura, ella le dice a él “dímelo, dímelo o córtalas” Y nada.. De tal suerte que eso tendría que suponer que al respetable le interese esa historia de amor, donde el Romeo esta quejándose, poseído, vomitando y la Julieta se la pasa llorando y demandando. Me conmovió más el tráiler de New Moon que dieron antes… de ese tamaño.

5) ¿Y que hay de los Transformers? La verdad, nada mas ubique a Optimus (como han desfigurado el recuerdo de mi infancia) a Megatron y a Bumble. Los demás… ni los autos son llamativos (cosa que si sucedía en la primera cinta, con el espectacular Mustang policía tuneado como Charger) Pero por ahí alguien tuvo el buen tino de incluir uno de esos juguetes que todos queríamos y pocos obtuvieron. Aquel que era un ensamble de varios vehículos de construcción que armado resultaba un ente formidable de nombre Devastator. ¿Y que hace Mr. Bay? Le pone testículos… por supuesto. Ah, y a John Turturro diciendo algo de un escroto.

6) Bay dijo que trabajo mucho en los efectos de los robots para darles empatía humana en sus facciones y reacciones. Quizá queriendo hacerlos similares a Gollum. Si lo logra, no puedo asegurarlo, porque a todos los robots se les alborotaron las hormonas. Y es que vuelvo al punto 4. Incluido un robot, ahora con forma de cochecito a control remoto, le tira la onda y todo lo que puede a Megan Fox… ¿No era PG-13? Bien pudo funcionar como una porno, de plano.

7) Lo mejor para el final. Ya llegamos a Egipto y a comprobar que son Sam y Optimus Prime quienes mandan. El ejército americano obedece sin cuestionar las órdenes de aquellos dos. Y Sam tiene que revivir (ah, si, spoiler) a Optimus con tierrita que encontró en una pirámide. Evidentemente, es herido mortalmente antes de llegar. Ella llora y le dice (por fin) que lo ama y que regrese a ella, snif snif. Pero… (respiro y me carcajeo) … ¿te cae que Sam llego al cielo de los Robots? ¿En serio? ¿De verdad? Y no solo eso, los dioses del Olimpo Mecánico le hablan y le pasan su sabiduría, de tal modo que era él la respuesta a todos los males de todos los mundos. Tal cual. No lo soñé. Así paso.

Es cierto, mi antipatía al seudo director me llevo a asegurar que la primera cinta fue dirigida por Spielberg. El fugaz “éxito” de la primera parte me sorprendía y no quería aceptarlo. Ahora creo más que nunca que Bay ni se paro en el set de esa.

Michael Bay. Yo creí que ya había visto todo lo peor que podía salir de ti. ¿Qué pensaba? Ya no soy tan radical para decir “pos si ese ni piensa”, pero en serio, ¿qué paso? ¿Qué fue lo que paso por la mente de él, de sus escritores, de sus productores y de todos los involucrados? Aunque sea “DINERO” no puede ser que hayan hecho algo como esto. Si, ya recupero todo lo invertido (para el dato, siendo fríamente matemáticos, cada minuto de la cinta costo alrededor de millón y medio de dólares) Y a muchos les ha gustado, aparentemente. Pero me pregunto si el reto de Bay fue hacer la peor película de la historia, con dedicatoria a todos sus detractores y restregarnos en la cara lo exitosa que resulto. Tristemente ha comprobado que la culpa es de la audiencia, no suya.

Yo mejor ni me quejo. La culpa también es mía (aunque con orgullo digo que no pague por verla, pero si invertí mi tiempo para hacerlo)


Re-Animator


Siempre existe espacio para la duda. Es injusto (y hasta absurdo) pretender reflejar la opinión que da uno sobre una película, basándose en las circunstancias en que la reviso. Una cinta debe juzgarse por lo que es en pantalla, no por el estado de animo del espectador, la comodidad o falta de ella, el día, la noche, lo que sea.

El caso es que siendo mi estilo el que es, la tendencia de películas que disfruto por el género y el supuesto clásico que decidí por fin revisar, me sorprende que la cinta me haya decepcionado profundamente. Pero por encima de la decepción, creo que la sensación fue de una desoladora frustración. Indudablemente, Re-Animator (1985) tiene muchas características que han ayudado a convertirla una cinta de culto, favorita entre los fanáticos del cine gore, con secuencias imitadas y repetidas, que también preceden de elementos similares. Su director, Stuart Gordon, también goza del respeto de los leales al género y esta en ese peldaño donde es difícil cuestionar su reciente trabajo por lo que representa su trayectoria (aunque me guste King of Ants, es de lejos uno de sus trabajos más flojos)

No hay mucha seguridad en decirlo, pero de haber tenido la oportunidad de ver esta cinta, sin ninguna referencia, probablemente la hubiera disfrutado. A lo que voy es a una casi-norma de cualquier adaptación literaria a la pantalla grande: “nunca va a ser mejor que el libro”. Personalmente, no soy de esa opinión que tiene varios argumentos válidos, pero se enfoca en una especie de prohibición, de mandamiento encerrado y exclusivo. Pero, en este específico caso, tengo que admitirlo: la versión de Gordon y compañía palidece terriblemente con la excepcional obra de H.P. Lovecraft, la cinta esta a años luz de poseer los elementos más interesantes, atrayentes y adictivos de ese serial de cuentos, que, curiosamente, forma parte de aquellos escritos renegados por su autor, argumentando presiones, formatos y libertad limitada.

La historia narra a Herbert West, médico con delirios de grandeza, que ha creado una fórmula para re-animar (revivir) a los muertos y las desventuras que tiene que pasar en compañía de su único amigo y compinche, el narrador, para conseguir que el experimento sea exitoso, sin importar la forma, el método y mucho menos las consecuencias.

El show de Gordon sigue una trayectoria, en contenido, similar, ubicando la trama en los ochenta (el cuento danzaba a principios de siglo) colocando a sus personajes como estudiantes de medicina (ya no como doctores) dotando de mayor dimensión a West, enemistándolo desde un inicio con todo pero evidenciando un carisma mayor, beneficio directo de Jeffrey Combs y todas sus expresiones maniáticas. West se apropia de cuanto espacio encuentra, alardea, presume e irrita; sus compañeros de cuadro (porque actores no se les puede llamar) están ahí como parte de la utilería, actoral y narrativamente y con esa base, Gordon desarrolla un lenguaje repleto de referencias, de inspiraciones y de recreaciones que al final, parece que solo él entendió.

¿Cuál es el coraje? Quienes la vieron, la cinta no se pone delicada a la hora de mostrar violencia gráfica, sus galones de sangre y sus sustos cotidianos. Una cinta así, en base a lo que esto escribe, debería formar parte del catálogo favoritas/recomiendo, pero no, lo más alejado a eso. Kurosawa siempre propuso adaptaciones donde solo la base era parte de su creación (de McBain o de Shakespeare), Gordon quiere manejar una sutileza similar, pero no puede ceder a la tentación de incluir las anécdotas mas emotivas del relato, corrompiendo su propia propuesta y entregando un producto que, basándonos en el texto original, no puede ser más que mediocre y complaciente (y no es excusa que el presupuesto les impidió recrearla en época y espacio propio)

Una verdadera lástima, para mi por supuesto, que una película que tomaba una de las novelas más entretenidas, con un formato creado de forma excepcional, con características que deformaban una inspiración y la llevaban un paso adelante (Lovecraft parodiaba la novela clásica de Mary Shelley) haya resultado tan profundamente decepcionante. Seguirá siendo un referente y una obra de culto para aquellos que presumen el poder de encasillarla de esa forma, pero la esperanza debería ser que la cinta inspirara a la gente a buscar la novela original, situación que por practicidad, nunca se va a dar.