The Boondock Saints II



Como muchos antes de él (y los que vendrán después), Troy Duffy se aventuro al conocido camino de los quince minutos de fama. Llego a Los Angeles, tratando de hacer funcionar a su banda, The Brood, mientras trabajaba en un bar. En su tiempo libre, empezó a escribir una historia, cuyo antecedente venía de una experiencia donde Duffy regresaba de su trabajo y atestiguaba como arrastraban el cadáver de una mujer de la casa de un traficante. La impotencia le estimulo la imaginación y deduciendo el castigo que merecía una persona que comete tal acción, pidió prestada una computadora y empezó a escribir el que sería el primer acto de su guión, en el cual describía las andanzas de dos hermanos irlandeses que se dedican a asesinar a criminales, mafiosos y linduras similares (algún político mexicano, seguro)

Duffy intentó mover el guión, sin que nadie le hiciera mucho caso (era algo que empezaba a ser moda, pero amenazaba dejar de serlo muy pronto) Un buen día, Paramount le entra al quite y ofrece dinero por el guión. Casi instantes después, el guión llego a las manos del temible y poderoso Harvey Weinstein (todavía con Miramax) y con su acostumbrado pisoteo y su palabra casi inobjetable se hizo de los derechos (pasándose por el arco del triunfo el trato previo) Ofreció menos dinero en sueldo, pero más espacio creativo (mentira, pero eso vendió) la oportunidad para Duffy de dirigirla con un presupuesto de 15 millones de dólares, musicalizar la cinta con su banda y de pilón ser co-propietario del restaurante para el cual trabajaba.

Troy Duffy hizo lo que cualquier persona, se volvió loco. Cotizó su historia como lo más grande que el cine podía crear, se encapricho con actores, rechazó a varios más, la creatividad empezó a fallarle y en la obsesión de recrear secuencias ya famosas, demandaba más dinero, más libertades, más restricciones y un larguísimo etcétera. Weinstein despedazó el trato, se salió del proyecto y dado que entonces estaba en la cima del poder, amenazó a cualquier estudio, productor y distribuidora de querer respaldar al ahora psicópata director. Duffy pasó de la nota más sorprendente del medio al más evidente olvido y rechazo (además endeudado por el desarrollo de pre-producción que Miramax había invertido)

La historia es narrada en el excepcional documental: Overnight (Montana, 2003) donde se retrata la propia autodestrucción de Duffy. Sin tomar partido, uno tiene que reconocer que gran parte de la culpa fue de Harvey, pero el director también hizo lo imposible por hartarlo (y dicen que la paciencia no es característica de ningún Weinstein) Era 1999, los Wachowski eran la nueva tendencia, Miramax seguía padecido con la no-secuela de Pulp Fiction que Tarantino entregaba y el manda más del estudio quería encontrar esa combinación, la estética (¿?) de algo como Matrix combinada con la narrativa de Tarantino, cosa que el guión de Duffy no tenía en ningún lado.

Así que, evidentemente, la mayoría se puso del lado del débil y para cuando Duffy por fin pudo estrenar su supuesta obra maestra, solo los curiosos que se acercaron a la historia detrás la colocaron como cinta de culto, título que le queda gigantesco. Siendo francos, la cinta tiene mejor título que resultado. The Boondock Saints (1999) fue exhibida en Cannes y por ahí alguien vislumbro potencial para adquirirla, estrategia que con el tiempo resulto. Por encima del drama detrás, la cinta no proponía nada nuevo, carecía de algún personaje realmente memorable (quizá el detective gay casi médium que interpretaba Willem Dafoe se salvaba) y se dedicaba a simular estilos que Ritchie o Tarantino ya clamaban como propios (o sus fans lo clamaban) Pero era una cinta disfrutable, con alguna secuencia interesante y con la suficiente adrenalina como para dejarse ver sin problemas. La película hizo mucho dinero en DVD, gano muchos fanáticos y le dieron nuevos bríos a Duffy para intentarlo una vez más (porque de las ventas en video, el director no vio ni un centavo)

The Boondock Sains 2: All Saints Day (2009) parece arrastrar algo muy similar desde hace 10 años. El título de la cinta es muy superior a lo que parece será el resultado. En 1999, Harvey Weinstein se arrodillaba ante cualquier barbón, o ante cualquiera que pudiera nombrar “el nuevo Tarantino”, ya fuera un Ritchie, un Rodríguez, un Carnahan o en el extremo abuso de la ignorancia, un Kitano (¿desde cuando los patos le tiran a las escopetas?) Diez años después se antoja demasiado tiempo para que alguien levante la mano. Primero, ya hay muchos, segundo, Tarantino se ha encargado de que el término sea muy confuso y probablemente erróneo. Pero la leyenda de Troy Duffy es demasiado caricaturesca para perder vigor. El sueño y la caída casi al mismo tiempo. Tan cerca y tan lejos.

El avance no promete nada diferente que su anterior cinta (salvo la presencia de la preciosa Julie Benz) ya tiene una cantidad considerable de críticas negativas, pero ya las funciones se han ido agotando. Y es que enfrentar a un poderoso mastodonte y salir herido, comatoso pero entero, no es algo que cualquiera pueda presumir. Ojala Duffy tuviera algo más que presumir.

I hate the hype (but love his movies)


Hace poco explicaba algo que me molestaba del popular creador de Best-Sellers, Dan Brown. Si su alter ego, Mr. Langdon, es tan erudito, ¿Por qué sus explicaciones son tan arbitrariamente redundantes? Un temor típico de quien se anima a escribir, el miedo a no dejar las cosas en claro, bien definidas, bien entendidas para que uno de esos detalles no trunque el fluir y la narrativa de sus novelas. Me molesta porque parece que trata al lector como un completo ignorante (aunque reconozco que su último libro, The Lost Symbol, me tiene muy interesado)

Temiendo no expresarme, y por sospecha de una interpretación errónea, quiero aclarar que la reciente cinta de Quentin Tarantino, Inglourious Basterds, me pareció muy lograda, muy equilibrada y con la inercia suficiente para mantener la atención en sus casi tres horas de duración.

Es difícil decirse fan de algo o alguien (salvo a mis amados Yankees) la palabra compromete a muchas cosas que pocos son capaces de cumplir. Y aunque me fanatizo con facilidad, creo que el término “soy seguidor” del cine de Tarantino es más apropiado (es decir, me gusta bastante, pero no se pierde cierta objetividad) Desde la siempre ninguneada pero espléndida Jackie Brown (1997) hasta el espectacular homenaje Death Proof (2007) me he dejado llevar por una corriente imbatible y lo he hecho con mucho gusto. Tarantino es uno de los productos más populares y exitosos en la actualidad, lo han publicado como aquel que acerca al espectador casual al llamado cine de arte (o de culto), apreciarlo aunque no pueda reconozca tanta referencia y forzarlos a tener gusto por su tendencia, aunque no estén de acuerdo.

Si el tan negativo/positivo hype que sus cintas siempre generan no fuera fabricado por manos y agentes externos, quizá nadie hablaría de él. Tarantino es lo “cool” lo “it”. Tiene que gustarte, porque aunque el director jamás ha velado por esa imagen cultural (porque lo pop, dicen, también es cultura) si ha conseguido hacerle guiño a casi todos los segmentos del mercado. Sigo sin conocer a una mujer que no le guste Kill Bill Vol. 1 (a pesar de los ríos de sangre que derrama) hay quienes siguen buscando la billetera de “Bad Motherfucker”, otros que recitan los diálogos de Mr. White o quienes se ponen “Bear Jew” como nickname.

Pero por encima de sus aportaciones populares, Tarantino es fanático de las películas, no duda en desbordar el amor que les tiene, el vacío que le llenan y la admiración que le provocan. Y porque no, ha demostrado ser un escritor y director de cine con mucha más propuesta que muchos de sus contemporáneos (y de sus alumnos bastardos) Ya no tan desafiante como en sus primeras obras (ya no tiene que serlo) pero si mucho más cuidadoso, abarcando referencias más específicas, más pulido y constante en su compromiso con su trabajo.

Como cada quien escribe de lo que conoce, pero también de cómo entiende las cosas, tendría que hacer una reflexión. Es probable que el molesto hype haga tanto escozor por el egoísmo natural de cada persona, la necesidad de pertenencia. Si, es evidente que mi molestia es la apreciación que a veces se le da, la veneración que le rinde un gran sector por razones casi obligadas, ya no sugeridas, sino impuestas por muchos medios, reseñistas y fans from hell.

Inglourious Basterds tiene el mote de “la mejor película de Tarantino desde Pulp Fiction”… ¿Cómo que porque? El que lo diga el fan que sabe en que hora, minuto, cuarto de hospital y bajo que signo zodiacal nació, no implica que tenga razón. Es decir, no es conocedor por tener información estadística, mucho menos por asegurar haber revisado un centenar de veces su trabajo. Repito, admirarlo por el producto que es, que se ha manejado, no por lo que el director ha creado o por lo que quiere provocar.

No es lo mismo ver a Eli Roth (y su expresión psicópata) emulando a Mickey Mantle, que a Pam Grier ligando con Robert Forster. No es lo mismo ver a Uma de amarillo que a su stunt de blanco. No es lo mismo escuchar a David Bowie (en una de las selecciones más extrañas en su siempre fino tino musical) que a Shivaree, a Joe Tex o a Bobby Womack, ¿verdad?

No, tampoco soy ningún experto y tengo que repetir, me gusto mucho Inglourious… Su primer capítulo es uno de los momentos más soberbios del cine en todo el año, la variedad de ritmos y géneros que colecciona y ejecuta con una maestría envidiable, la creación de cada personaje del cual se deshace sin el menor remordimiento, la absorbente secuencia final dentro de un cine (y las lecturas que ha generado) Tiene muchos puntos muy emotivos, muy espectaculares y en ningún momento se siente el desorden que generalmente plantea (como que las escaletas no son lo suyo)

Aun así, no le doy mucha justificación a los 6 contactos que se ponen “I want my scalps” las decenas de perfiles que colocan en sus redes sociales lo genuinamente hipsters, profundos y cultos que se sienten porque les gusto o los que se atreven a decir que es su primer éxito (infelices) Y desde luego también están los amargosos/envidiosos que redactan sus traumas y frustraciones en un blog y que tienen que repetir tres veces que sí les gusto, para que les crean y tengan un poco de credibilidad en sus comentarios. Aunque sea un poco.

Must List / III

Probablemente, uno de los eventos más tormentosos que se experimentan en la vida es la pérdida. Un evento que presenta pocas alternativas, la aceptación o la evasión. En la aceptación uno decide como lidiar con el enfrentamiento directo a la situación. A la pérdida muchos la traducen como variación del egoísmo y esa carencia de alguien o incluso de algo, impide un reconocimiento de las experiencias que tiene por vivir.

Una pareja esta por enfrentarlo. Él presiente que algo esta por suceder, incluso puede ver un esbozo de señal pero prefiere no darle importancia, concentrarse en cosas más palpables. Pero poco a poco se avecina la tragedia. La premonición llega tan de golpe, que el hombre corre al exterior, desesperado, angustiado. Busca a su hija quien instantes previos jugaba cerca de un río. La encuentra en el fondo, inmóvil. La sensación era de aviso, de prevención, pero él no le quiso prestar atención y más aún, no va a querer, en el futuro, reconocerla como tal. Esas visiones siguen presentándose, el hombre procura no darles importancia, pretende dotar cada experiencia de sobriedad, de pulcritud, de explicaciones. La premonición encontrará su camino, si no es atrapando su atención, lo hará por medio de su exterior, su contacto con los demás, en estricto sentido, a través de su esposa. La ira ya no le corresponde, la ignora, es incluso incapaz de reflejarla, a pesar de su eterno rostro malencarado, derivado de las vivencias que ha tenido que atravesar. Pero la advertencia sigue ahí, la quiera o no escuchar. Eventualmente, todo a su alrededor tendrá que conjugarse para llevarlo a ella, a finalmente derrumbar el escepticismo, aludir al razonamiento y hacer que el hombre persiga la consecuencia, que él mismo la provoque.

Don’t Look Now (1973) de Nicolas Roeg (The Man Who Fell to Earth, The Witches) llamo más la atención por su inusualmente gráfica (para esa época) escena erótica, que por su pausada, ingeniosa y elusiva narrativa. La escena formo parte de una serie de mitos morbosos que se encumbraban con la certeza de varios que los actores no simularon acto sexual alguno. El dato era adornado con el hecho de que fue la primera escena que grabaron los protagonistas: Donald Sutherland y la hermosa Julie Christie. John y Laura Baxter han perdido a su hija en un desafortunado accidente, situación que los orilla a refugiarse en Venecia, donde John dedica todo su tiempo y atención en la remodelación de una antigua Iglesia, mientras que Laura encuentra en su aletargado camino a una vidente que aparentemente esta en contacto con su fallecida hija. La revelación ofrece respuesta y esperanza en Laura y un obstinado rechazo en John, su hija no puede estar paseando a su lado, careciendo su presencia física pero advirtiéndoles un peligro inminente, ineludible, una señal. De tal suerte que las secuelas de la tragedia siguen acumulándose, esperando el momento adecuado para reventar ante la pasividad del receptor.


El planteamiento pareciera en cierta medida ordinario y complaciente, quizá puede mutar en una simplista y derivativa cinta de suspenso (que quizá sea cuando el planeado remake salga a la luz) cuyo objetivo primordial se basaría en descubrir que es lo que provoca lo paranormal, porqué algunas personas son más sensibles a diversas energías que (eso nos han dicho) rondan alrededor de nosotros. Probablemente, las señales abusan de lo esquemático, de la violencia, del contacto desconocido que provoca tanto temor y rechazo.

Pero este no es el caso. La cinta se desenvuelve con tanta suavidad, que difícilmente uno puedo adelantarse a la trama, mucho menos a la narrativa. Roeg comprende que el juego es entre la pareja atormentada, la resolución que cada uno ha tomado para complacer un silencio que evita el combate con la pérdida, con la desilusión, con la fragilidad de la existencia. Por tal, el desarrollo es exclusivo y hasta cierto grado, privado. La pareja se funde y se divide en cada momento que comparten, y no lo hacen con discusiones, con odio o resentimiento, lo hacen de la única forma que entienden, como personas capaces de negar una situación y negarse ellos mismos. Extraños en una tierra extraña, el entorno tiene una trascendencia tal, que los vuelve completamente vulnerables, ajenos, dejándose llevar por todas las falsas pistas que deja un sacerdote, un detective, las hermanas y hasta un asesino serial, todos fungiendo como impredecibles compañeros que los orientan y distraen a la vez en una Venecia que lo mismo pinta como solemne que terrible.

Al inicio hemos entrado como curiosos, más allá no se nos ha permitido. En el desenlace del juego, no escatimamos en suposiciones. No podemos actuar, como mucho en la vida, solo podemos admirar asombrados u horrorizados.



Don't Look Now (1973)
Dir. Nicolas Roeg
Guión. Alan Scott y Chris Bryant (basada en una historia de Daphne du Maurier)

The Surrogates


Poco a poco, los más románticos van desencantándose de que el futuro no ha sido lo que habían vislumbrado. Siguen sin existir los autos voladores, las máquinas del tiempo, robots que ejecuten todas las tareas. No se ha conquistado el espacio, no hay colonias en Marte para vacacionar (o emigrar) Seguimos sin tener contacto fidedigno de vida en otros mundos, no hay una guerra interplanetaria ni hemos llegado a comernos a nosotros mismos (vía galletas) No, el futuro no ha sido el que muchos imaginaron, muchos más leyeron y varios más aspiraron a admirar.

En su parte melancólica, el futuro ha sido más lineal de lo que se imaginaron. No quiere decir que aquellos que se atrevieron a cuestionar la posición del hombre en el tiempo y espacio se hayan equivocado del todo. Sigue siendo casi un delito caminar, políticos sustituyen a bomberos en la quema de libros, los atardeceres marcianos no brindan mucha mayor esperanza que los terrestres. Ahí siempre se encontró una constante. La perversión de una humanidad que avanza sin frenos hacia el ocio, un camino que fuera de facilitarle situaciones o entornos prohibitivos, la han encaminado hacia una especie de decadencia que, como todas, demuestra que no todo esta perdido. En ese esbozo de esperanza, siempre sale a flote el héroe, mucho más cerca (desde su futuro) a nosotros (su pasado) que a su realidad (su presente) Un humano desesperanzado, desilusionado, desmotivado que dentro de tanto pesar, encuentra su propia rectitud, su incongruencia.

The Surrogates (Mostow, 2009) juega con muchos elementos y a la vez con ninguno. Basada en una novela gráfica, desestimada quizá por lo actual de su publicación, la versión cinematográfica va mas o menos así: “La gente vive vidas remotas desde la seguridad de sus casas a través de sustitutos robóticos: representaciones mecánicas atractivas y perfectas de ellos mismos. Es un mundo ideal donde el delito, el dolor, el miedo y sus consecuencias no existen. Cuando el primer crimen luego de años quiebra esta utopía, el agente del FBI Greer (BRUCE WILLIS) descubre una vasta conspiración detrás del fenómeno de los sustitutos y debe abandonar a su propio sustituto, poniendo en riesgo su vida para develar el misterio

Robert Venditti (autor de la versión en papel) acostumbraba a sus héroes y villanos a un futuro que se materializaba como muchos otros, la tecnología como muletas de la humanidad cuyas manos acabarían por endiosarla y volverla obsoleta casi de inmediato. Nada precede tanto orden, como el desorden.Los sustitutos servían como vehículo de orden, de paz, de armonía, pero también con irresponsabilidad de sus usuarios, su desinterés, su pasividad, su dependencia

La cinta de Jonathan Mostow (director de la menospreciada Terminator 3, 2003) formula una intriga con menos clavadez y más dinamismo. Apenas si rozaba con alusiones de un futuro alarmantemente ajeno a sus habitantes, pero es un hecho que apenas roza con fabulas futuristas mucho más desarrolladas y desmedidas. Indudablemente, la cinta propone un entorno interesante, ese llamado “Second Life”, el pánico generalizado a la locura y autodestrucción, la visualización de la persona como un tercero, en su belleza y dedicación. Pero todo pasa a una velocidad y en una narrativa tan desordenada que poco queda en el espectador. Había mucho más de la historia del creador de “los sustitutos” que bien pudo entrar en la cinta, cuya participación se siente demasiado favorable y predecible. Los villanos, esos humanos anormales que creen que al ser sustitutos pierden su identidad (y su entrada al cielo, de paso) quedan relegados como una tribu de sádicos criminales victimizados por la urbe fantasiosa y plástica. El héroe no tiene ni motivación, ni movilidad, ni interés y de tal suerte, el respetable mucho menos.

Quizá el mayor problema es su estancamiento. No solo en la idea, en la propuesta de su futuro monótono, sino en la mano de Mostow, quien, francamente, sabe montar secuencias de acción bastante afortunadas. Acá, hasta la acción parece con flojera, medio dibujada, medio demostrada, medio creíble.

No deja de ser un ejercicio meramente palomero, pero en la profundidad de no tomarse en serio (valga la redundancia) no se especifica que hay que hacerlo con tanto desdén. Pero siendo justos, tiene un momento verdaderamente ejemplar y emotivo. El héroe acaba de discutir fuertemente con su esposa, o más bien, con su sustituto (porque la mujer jamás pone un pie fuera de la cama donde vive permanentemente conectada) Al día siguiente la busca, en la estética donde le desprende el rostro completo a otro sustituto, para corregirle los pómulos. Al llegar, trata de explicar sus motivos, sus excusas, exasperándola por completo y motivándola a apagarse, a desconectarse, quedando su muñeco físico completamente desentendido del mundo. Algo que muchos ven, viven y hacen sin requerir de un sustituto.


The Surrogates (2009) * *
Dir. Jonathan Mostow
Guión: Michael Ferris & John Brancato (basada en la novela gráfica de Robert Vendetti)